En el apretado espacio de dos hojas me han encargado que haga la semblanza biográfica de Francisco Rodríguez Marín para una publicación “institucional” sevillana, y el entusiasmo que me despierta el erudito se me mezcla con el fastidio de tener que hacer acopio y repetir, en muy estrecho margen, lo que tantas veces se ha escrito aquí y allá sobre su vida. Tampoco vengo al blog a publicar nada nuevo, pero sí a estirar un poco las letras, después de haber leído, desordenada y caóticamente en poco tiempo, algunas notas sobre y del Bachiller de Osuna.
Vaya por delante mi admiración y curiosidad por estos hombres de letras, como Francisco Rodríguez Marín o Marcelino Menéndez Pelayo (al que defendí aquí de la estupidez intelectual de alguno y del que aporte unas nuevas líneas acá), que sin las herramientas que hoy tenemos, demostraron una gran capacidad de trabajo y una dilatada producción (aunque no habrían alcanzado el nivel de excelencia que la ANECA nos exige). Aún hoy se les mira de soslayo por razones más ideológicas que científicas. Es cierto que cometieron errores en sus investigaciones o que los juicios don Marcelino estaban marcados por una severa moral católica, pero toda historia de la literatura es irremediablemente hija también de su propio tiempo. Al margen de sus trabajos, totalmente validos en muchas ocasiones, me interesa especialmente su pasión por los libros y el conocimiento, la entrega enfermiza en la rebusca de datos, noticias y papelotes, la búsqueda constante en archivos y bibliotecas, tomando notas y aquí y allá, por lo que pudiera interesar. Ese positivismo a ultranza forjó sus investigaciones y hace que, aún hoy, sea muy útil consultar sus trabajos. Decía Francisco Rodríguez Marín al respecto:
«Entre el polvo y la polilla de los archivos duerme tranquilo sueño, semejante al de la muerte, una gran parte de nuestra historia: única cosa que nos ha quedado de la fenecida grandeza nacional. Trabajando ahincadamente entre ese polvo y esa polilla, y no echándose a delirar, como hasta ahora fue común estilo, podrán ser estudiadas con buen fruto las obras de Cervantes».
Muy oportuna me parece esta cita ahora que recientemente José Cabello Núñez ha dado noticia de cuatro interesantes documentos cervantinos en el archivo de La Puebla de Cazalla. Los nuevos registros sitúan a Miguel de Cervantes en 1593 en una comisión para sacar trigo y cebada de la comarca de Sevilla. Y a por trigo fresco iba también Francisco Rodríguez Marín cuando investigaba, entre otros, al propio Cervantes:
«Los que, no contentos con glosar lo cien veces glosado ni con hacer nuevo pan moliendo los duros cantos que sobraron de remotas cenas, solemos ir al campo por trigo fresco, es decir, bajamos por noticias recónditas y vírgenes a las minas en que duermen sueño de siglos, sabemos por experiencia cuan frecuente es hallar documentos que con pocos renglones echan por tierra libros enteros y prueban de un modo palmario ser mentiras muchas especies que han venido pasando por verdades, como autorizadas y repetidas por cien autores afamados. Uno, el más antiguo de ellos, mintió a sabiendas, y, andando el tiempo, llegaron a ser noventa y nueve los que copiaron la falsedad, los menos, remitiéndose a aquel; los más, dándose o dejándose tomar, por autores del descubrimiento».
¡Cuánta verdad y qué vigentes, lamentablemente, siguen siendo hoy día estas palabras de Rodríguez Marín!
Pero su curiosidad y rebusca por papeles y archivos siempre vino acompañada de su amor por la letra impresa:
Como enamorado de los libros desde mi niñez, con amor entrañable que solo podrá arrebatarme la muerte, hace ahora treinta años […] dije ante la Real Academia Sevillana de Buenas Letras que los libros son los mejores amigos que puede tener el hombre: silenciosos cuando no se les inquiere; elocuentes cuando se les pregunta; sabios, como que jamás sin fruto se les pide consejo; fieles, que nunca vendieron un secreto de quien los trata; regocijados con el alegre; piadosos con el dolorido; y tan humildes, que nada piden y ambicionan, y, por ocupar poco espacio, se dejan estar de canto y estrechos en los estantes.
Estas perlas, aquí entre sacadas, fueron tomadas del artículo “Rodríguez Marín, perfil humano y profesional” de José Santos Torres (Boletín de la Real Academia de Buenas Letras, 1994, n.º 22, pp. 113-131), que es lo mejor de cuánto he podido leer en breve tiempo sobre el Bachiller de Osuna.