No sería extraño que el profesor Ian Michael se busque de nuevo por Internet y se encuentre, borgianamente, con alguien que habla de un tal profesor Ian Michael que se busca por la red… Y digo “de nuevo” porque, como contó en una reciente charla, no ha mucho que alguien publicó su obituario en Internet, confundiendo en realidad el autor de la necrológica con el finado… Riesgos que corre quien pone la pluma al servicio de tales menesteres.
Todo este circunloquio viene a raíz de la reciente charla que el hispanista Ian Michael ofreció el pasado 16 de diciembre en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla (organizado por el Departamento de Estética e Historia de la Filosofía y el Máster Universitario de Comunicación y Cultura), titulada “Itinerarios de investigación” inicialmente, y retitulada más apropiadamente como “Investigar en Humanidades”. Su disertación sobre el peregrino y duro oficio de investigar en esta disciplina estuvo cuajado de anécdotas que trató de engarzar en torno a la cuestión de la edición de los textos medievales y la imperiosa necesidad de acceder, tocar y oler, incluso, los manuscritos.
Ian Michael (West Glamorgan, 1936) es un reputado hispanista galés dedicado a la literatura medieval española, entre cuyas publicaciones destacan los estudios y ediciones del Cantar de Mio Cid y el Libro de Alexandre. También es autor de novelas bajo el heterónimo de David Serafín. Es orientativa esta bibliografía (no actualizada desde 2006).
Nos contó cómo su inclinación por el mundo hispánico nació a raíz de las indagaciones que hizo sobre su origen. Al parecer sus ancestros galeses procedían de Flandes, de donde huyeron de la persecución española. Estudió en la Universidad de Manchester y pasó un semestre en la Universidad de Sevilla (en su antiguo emplazamiento de la calle Laraña), donde fue pupilo de Francisco López Estrada y Francisco Márquez Villanueva.
Pudo ya entrenar su inquietud hispánica en los fondos antiguos de la biblioteca de la Universidad de Manchester, a donde fueron a parar, mediante una compra, los libros que en su momento robó Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaia. Al parecer el legendario ladrón de libros del siglo XIX también pasó por España y completó los bolsillos de su gabán, hechos a medida, con valiosos manuscritos y libros de varias bibliotecas conventuales españolas. De las andanzas de Libri en España nada he leído o encontrado…
Abordó el problema de la masificación informativa a la hora de utilizar Internet como herramienta de investigación y las dificultades que plantea discernir entre lo verdadero y lo falso, lo incompleto y lo erróneo. Recurrió para ejemplificarlo al tópico de la wikipedia como fuente de errores e inexactitudes. Y digo tópico porque se ha convertido en un lugar común que pone de manifiesto la gran descofianza y desprestigio que aún existe en la palabra digital (no pocas veces más que justificado). Sin embargo nadie recuerda en estos casos los frecuentes errores que pululan por las enciclopedias de toda la vida, desde las más voluminosas a las más sumarias.
Ian Michael dibujó un brumoso paisaje para el investigador en los años de la dictadura, cuando el acceso a determinadas bibliotecas era muy restringido. Una de las “llaves” que abría estas instituciones estaba en una tertulia regentada por A. Rodríguez Moñino y López de Toro en Madrid. Así la evoca José María Martínez Cachero en un artículo, “Tertulias y tertulios”, publicado en La nueva España el 7 de enero de 2007:
Más numerosos y acaso más doctos solían ser los hispanistas (no solamente norteamericanos) que uno podía encontrar en la otra tertulia, importante reunión dirigida por Antonio Rodríguez Moñino, un catedrático de Instituto (de Lengua y Literatura Española) que estaba en aquel tiempo de la postguerra en una situación irregular y oficializada, consentida y no poco extraña. La reunión era en el café Lyon frente a Correos, los domingos por la tarde; a unos cuantos habituales -recuerdo al muy erudito sacerdote López de Toro- se unían gentes de fuera de Madrid, españolas y extranjeras. Todas ellas respetaban y admiraban a Moñino, tan generoso de su mucho saber literario y de su biblioteca y archivo, con respuesta sabia y extensa a las preguntas que se le formulaban por quienes, entre los contertulios, preparaban libro, tesis doctoral, artículo de revista especializada o conferencia. Si uno acudía al Lyon por vez primera, el generoso don Antonio pagaba su consumición. Una sosegada seriedad erudita, con tal cual desvío hacia la actualidad en torno, distinguía la tertulia de Rodríguez Moñino que iba ya, muy merecidamente, para académico de la Lengua.
Fue de esta manera como Ian Michael conoció con sus manos el códice del Cantar de Mio Cid: tesoro bibliográfico de la Biblioteca Nacional de España que hoy solo se muestra a los investigadores y curiosos en una edición facsímil. El último especialista que consiguió tocarlo fue Alberto Montaner para su edición de la obra, que ya comenté aquí. Y es que una de las cuestiones en las que insistió una y otra vez el hispanista Ian Michael fue en la necesidad de conocer físicamente los testimonios de una obra: el manuscrito o el impreso. Es indudable que el contacto directo con un testimonio permite advertir numerosos detalles que una reproducción, por fiel y sofisticada que sea, no puede transmitir; y no solo cuando atendemos a manuscritos medievales escritos en pergamino (con palabras o líneas borradas), sino también cuando analizamos el libro impreso. La marca de agua, por ejemplo, que puede ser de especial interés para estudiar las ediciones procedentes de algún taller concreto, no se reproduce en las digitalizaciones más exactas que pueden encontrarse por la red. Ian Michael remarcó la idea con la anécdota de aquel bibliotecario casi ciego de Manchester (¿un tal Stacy?) que fechaba los pergaminos a partir del olor que desprendían…
Finalmente ejemplificó este requisito filológico en su disputa académica con Charles B. Faulhaber, a cuenta del testimonio autógrafo de la Celestina conservado en la Biblioteca Real que este dio a conocer, y que Ian Michael decía estar escrito en realidad por tres manos distintas y no ser autógrafo. Puede seguirse este y otros itinerarios de la investigación de Ian Michael en la bibliografía que se aportó en la sesión.
La entrevista titulada “El profesor risueño” de Juan Cruz publicada en El País el 14 de enero de 2007, pese a algunas preguntas sesgadas del entrevistador, resulta bastante reveladora.
Crónicas del Canal de Informativo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla